sábado, 30 de agosto de 2008

La obsolencia planificada

Nos bombardean diariamente con anuncios de aparatos que nos solucionarían la vida, fabricados con el mejor material posible y que jamás nos dará un fallo. Pero todos sabemos de qué va este negocio, a qué se dedican los que montaron este sistema que nos afixia. Pero la culpa no la tiene el simple vendedor de tienda, sino el capitalismo que lo conduce con mano de hierro, hundiendo sus zarpas hasta en la más mínima tuerca, en el más mínimo componente. Porque el negocio no está en la venta de un producto sino en hacerlo con una corta vida para que se destruya o se estropee pronto, inevitablemente, sin remedio, porque ¿de qué sirve hacer algo duradero que impida que la cadena del capitalismo se rompa? Es por mera supervivencia, porque en esos eslabones se encuentran miles de intereses que deben ser garantizados para que la compra-venta siga su curso. Esta obsolencia planificada es perfecta, tiene todos sus engranajes. ¿Alguien ha visto una lavadora perfecta, que no se estropee? Yo no, y tampoco conozco a un técnico que nos la arregle gratis.
Todo esto nos resultará familiar, e incluso baladí, pero no nos paramos a pensar en sus consecuencias, ni al menos en lo que podríamos hacer para atascar esa aceitosa cadena que da movimiento a la enorme fábrica que es el capitalismo.
Cambiamos de móviles como el que cambia de pantalón, nos dejamos llevar por un consumo que no necesitamos, y que simplemente nos meten por los ojos desde las fuerzas invasivas del espectáculo. Estamos, sin quererlo, alienados, hasta tal punto que la publicidad es parte de nuestra existencia, de nuestras conversaciones, de nuestros métodos de vida y, sin dudarlo un segundo, caemos en sus redes porque lo dice una vocecilla metida en una caja cuadrada anunciando la solución a nuestros problemas. Seguiré sin entender cómo se pueden sustituir las relaciones personales o la compañía de un perro por un tamagochi por el que suples todo lo anterior. Seguiré sin enteder muchas cosas, pero jamás se me pasará por la cabeza convertirme en un autómata al servicio del consumo y de su obsolencia planificada, porque yo estoy vivo.