jueves, 15 de enero de 2009

Los libros, el mercado y su podrida etiqueta de presentación

¿Cuántos son los escritores que se hunden en su miseria por no poder escribir realmente lo que quieren? ¿Cuántas son las editoriales que anteponen la venta a la calidad y los sentimientos del que crea? No es de recibo, no es justo para los lectores que se nos niegue tanto arte escondido, tantas y tantas preciosas letras y párrafos borrados. Claro, así es normal que lo que venda no es lo que realmente se siente sino lo que se demanda, pero ¿pasará a la historia como un clásico a la altura de Kafka, Dickens, Brontë, Lorca o Hesse?
Eso el tiempo lo dirá, pero no nos quepa la menor duda de que estamos siendo engañados desde las fuerzas invasivas de la publicidad y el marketing; aunque un engaño del que no somos conscientes porque el diablo se viste con las mejores prendas de seda, mientras que las almas más ricas compran en los mercadillos más harapientos de cualquier capital europea. Y claro, si vamos por la calle y nos encontramos a alguien con trajes de Armani nos llama mucho más la atención que uno que calce zapatos una talla más grande, o camisetas amarillentas y tiesas por el multilavado de lavanderías de barrio.
Escritores del mundo, que no nos roben lo que tanto tiempo hemos cultivado, lo que tanto tiempo nos ha costado crear después de muchas lecturas, de mucho romper folios o borrado renglones con tachaduras, de muchas decepciones y palos dados, de toda una vida dedicada al noble arte de la creación literaria.

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