jueves, 7 de mayo de 2009

Un viaje mental por el Continente III

De nuevo, otra edición, otra vez hago volar mi imaginación para transportarme, esta vez, a los ambientes fríos y nevosos de los fiordos noruegos. Belleza en cantidad y calidad.
A nadie se le escapa que mi viaje es por el norte de Europa, por esas tierras que la mayoría de la gente del sur desconoce, que huye de ella por creerla tan gélida que no serían capaz ni de divisar las dulces tardes constantes entre abril y agosto, donde no se pone el sol y ver atardeceres es una delicia al alcance de pocos.
Esa atmósfera que nos envuelve en el golfo de Riga, paseando por las medievales calles de Tallin, o cogiendo un barco que te lleve hasta San Petesburgo y patinar por las heladas aguas del río Neva. Noches blancas en la antigua ciudad de los zares, auroras boreales en el Cabo Norte de Noruega, y tardes metidos en saunas finlandesas.
En Berger nos podemos perder por cada uno de sus rincones mágicos, de casas de madera pintada, largas sentadas en el puerto comiendo galletas saladas de la fábrica de mantecas. No podemos despedirnos sin probar un salmón bien marinado, con su guarnición de sopas de verduras con queso fundido.
Todo esto es tan diferente a lo que estamos acostumbrados que, al principio, tira a más de uno para detrás. No nos paramos a pensar que hay otra Europa que nos espera, que nos ofrece una diversidad cultural y una variedad de gentes impresionantes. Enriquecernos hasta llegar a apreciar que el norte del Viejo Continente existe, que nos puede enamorar y nos encandilará, eso por descontado. Yo no he estado, pero lo tengo en mi agenda. No me asusta, en absoluto. Quiero ser como Monet y recorrer en barco esos caudales de agua helada y dulce que nos enseña un ambiente diferente a lo que estamos acostumbrados en el sur.
No es el sol de la Provenza, pero es naturaleza viva, un espectáculo para los ojos del hombre.

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